Nuestro Fundador

 

"Fue un hombre de presencia majestuosa. Amable. De alta estatura; de rostro sereno y naturalmente modesto. Sus ojos vivos y serenos; su frente espaciosa. De voz clara, penetrante y sonora. Sumamente respetuoso y muy sensitivo". Con estas palabras, san Vicente María Strambi, su primer biógrafo, define la persona de Pablo Danei. Más adelante, la Iglesia dirá con solemnidad que fue "un hombre de Dios que, colocado a la sombra de la Cruz, reunió soldados para Cristo, enseñándoles a vivir unidos a Dios, a luchar contra el mal y a predicar al mundo a Jesús Crucificado. ¡Guía de las almas! ¡Heraldo del Evangelio! ¡Lámpara luminosa! De las llagas de Cristo aprendió la sabiduría; de su sangre bebió la valentía; por la predicación de su Pasión convirtió a los pueblos".

 

Pablo Danei nació en Ovada, Italia, el 3 de enero de 1694. Fue el segundo de los dieciséis hijos de Lucas y Ana María Massari. Desde niño, su madre le inculcó la devoción a la Pasión de Cristo. Durante su juventud, Pablo trabajó con su padre en el comercio de telas.

En 1713, la predicación de un sacerdote le conmovió tanto que hizo confesión de sus pecados y decidió dedicar su vida al servicio de Dios. Para cumplir este deseo, en 1716, se alistó como voluntario en la Cruzada contra los turcos pero una voz interior le hizo darse cuenta que ese no era el camino: no son las armas sino el amor el que salvará al mundo.

 

Hacia 1720, sintió que Dios le llamaba a vestir una túnica, andar descalzo, vivir en pobreza llevando una vida de penitencia y a reunir compañeros para promover en las almas el santo temor de Dios. Para clarificar esta inspiración, el 22 de noviembre de 1720, Mons. Francisco Gattinara, Obispo de Alejandría, lo vistió con una túnica de ermitaño, y al día siguiente comenzó un retiro de cuarenta días en la Iglesia de san Carlos, en Castellazzo, durante los cuales, además de orar, escribió el Diario Espiritual y la Regla de la naciente familia religiosa, a la que llamó: "Los Pobres de Jesús". Terminado el retiro, el Obispo le concedió la facultad de predicar a los fieles. 

 

En septiembre del año siguiente, se dirigió a Roma para solicitar al Papa la aprobación del Instituto. No pudiendo realizar este anhelo, se dirigió a la Basílica de santa María, para hacer el voto de promover entre los fieles la devoción a la Pasión de Cristo. Fue el 21 de mayo de 1725, cuando de viva voz, Benedicto XIII le permitió reunir compañeros para la misión. El primero de ellos fue su hermano Juan Bautista Danei. 

 

El 7 de junio de 1727, el mismo Benedicto XIII ordenó sacerdotes a los dos hermanos, en la Basílica de San Pedro. Un año después, se establecieron en Monte Argentario, para vivir en oración, pobreza, penitencia y soledad. Realizaron un intenso apostolado predicando en las zonas pantanosas de la Toscana que estaban olvidadas a causa de la malaria. El 15 de mayo de 1741, Benedicto XIV aprobó las Reglas de esta familia religiosa. Meses más tarde, junto a sus compañeros, Pablo emitió la profesión religiosa; desde entonces, sobre la túnica empezó a llevar el emblema pasionista.

 

Pablo de la Cruz se caracterizó por predicar a Jesús Crucificado en numerosas misiones y en la dirección espiritual. Después de una intensa vida misionera, murió el 18 de octubre de 1775, rodeado de sus hermanos, a quienes dio las últimas recomendaciones: "amar a la Iglesia, vivir en oración, pobreza, soledad y en el amor mutuo, contemplando y anunciando el misterio de Jesús Crucificiado".

Hasta el momento de su muerte, Pablo de la Cruz había fundado trece conventos en territorio italiano, incluido uno para monjas de clausura. 

 

Pablo de la Cruz fue un hombre apasionado por Jesús Crucificado: veía en el misterio de la Cruz el remedio a los males de la sociedad por lo que invitó a todos a hacer memoria de la Pasión para alcanzar una vida plena. Solía decir: "Llevo impresa en el corazón la Pasión de mi Jesús; mientras más la medito, más desearía imprimirla en el corazón de todos pues así ardería el mundo en el santo amor".

 

Fue un incansable misionero: predicó más de doscientas cincuenta misiones, con abundante fruto: "bandidos e infames pecadores, personas sencillas, cardenales y obispos, todos aquellos que lo escuchaban, rompían en llanto cuando hablaba del Crucificado". Mediante la dirección espiritual acompañó a muchos al encuentro con Cristo Crucificado: escribió más de cincuenta mil cartas de dirección espiritual a monjas, religiosos, laicos, sacerdotes y obispos, e incluso a prelados de la Curia Romana; a quienes enseñó a morir a sí mismos para descansar en el corazón del Padre: "Para ser santo, necesitas una N y una T. La N eres tú, es decir, Nada; la T es Dios que lo es Todo. Deja reposar tu Nada en la inmensidad del Todo.

A sus hermanos de hábito les confió la misión de predicar la grata memoria de la Pasión de Jesús y la tarea de caminar con los crucificados de la historia compartiendo sus angustias y esperanzas.